sábado, 14 de diciembre de 2013

Saturno, su naturaleza

Texto perteneciente al libro "Astrología, karma y transformación", de Stephen Arroyo.

Hasta años recientes, al planeta Saturno se lo mencionaba habitualmente, en la mayoría de los libros sobre astrología, como una influencia “maléfica”, una dimensión de la experiencia que la mayoría más bien no afronta sino que meramente tuvo que soportar sin finalidad positiva alguna. Sin embargo, una tendencia constructiva en el desarrollo de la astrología moderna es que muchos autores de hace diez o veinte años se han referido a los significados de Saturno más positivos y promovedores del crecimiento. Puesto que este enfoque más positivo se está difundiendo corrientemente de modo más vasto, no creo que sea necesario presentar todos los razonamientos que podrían utilizarse para convencer al lector de que Saturno tiene realmente muchos significados positivos. Sin embargo, creo que la función real de Saturno, especialmente cuando transita por las diversas casas de un mapa y aspecta a los diversos planetas natales, podrá esclarecerse más. Esta aclaración es especialmente necesaria al esbozar el impacto de Saturno sobre la transformación psicológica y espiritual. Expresemos primero, brevemente, algunos de los más importantes significados genéricos de Saturno.

Saturno puede contemplarse como:
  • El principio de autopreservación y contracción, que puede manifestarse puramente como actitudes defensivas y temerosas o como impulso consciente hacia el logro de nuestras ambiciones en el mundo y cumplimiento de nuestros deberes y responsabilidades. Puede indicar, pues, una contracción personal del ser interior en pos de una mayor confianza personal y fuerza interior.
  • El principio de la forma, la estructura y la estabilidad; por ende, se relaciona con la ley, las tradiciones culturales y sociales, el padre y todas las figuras de autoridad.
  • El principio del tiempo y del aprendizaje mediante experiencia inmediata que sólo llega de reiteradas lecciones de la vida. Por ende, este principio lleva a muchos a las cualidades saturninas comúnmente mencionadas: seriedad, cautela, sabiduría mundana, paciencia, economía práctica y actitud conservadora. Saturno se correlaciona con el dios griego del Tiempo (Kronos), que distribuye estricta justicia, imparcial e impersonalmente, pero también con muy poca misericordia. Saturno se relaciona también con la cristalización, o sea, con las viejas pautas de vida y personalidad que se vuelven más rígidas con el tiempo. La instrucción que tiene lugar con el paso del tiempo puede hacer que los saturninos se cierren a la vida y, por ende, sean auto-opresivos, escépticos, suspicaces respecto de todo lo nuevo, y vacilantes en cuanto a revelar sus verdaderos sentimientos. Pero el mismo género de experiencia puede inducir a otras personas a desarrollar una sensibilidad respecto a los valores duraderos, un aprecio y una capacidad para la moderación, el orden y la eficiencia, y en algunos casos una sabiduría desapegada y pacífica.
  • Impulso para defender nuestra estructura de vida y nuestra integridad personal, e impulso hacia la confianza y la seguridad a través de un logro tangible.
  • Según Dane Rudhyar, Saturno se refiere a la “naturaleza fundamental” de una persona, a la pureza de nuestro yo verdadero. Parece que Saturno llegó a tener semejantes significados negativos en las mentes de muchos astrólogos y estudiantes de astrología porque la mayoría no vive en términos de su naturaleza fundamental, sino más bien en términos de modas, pautas y tradiciones sociales, y juegos del ego. De allí que Saturno se experimente a menudo como un “duro reproche” o un acto desafiante del “destino” a fin de que empecemos a prestar atención a las necesidades de nuestra naturaleza fundamental interior. Saturno es realmente un rudo capataz, como dicen muchos libros antiguos, pero es particularmente rudo cuando nos desviamos de manifestar nuestra naturaleza verdadera.
  • Psicológicamente, Saturno representa una dimensión del complejo del ego que, con la edad, puede volverse rígido y habitualmente lo hace: en otras palabras, el grupo profundamente encajado de pautas de conducta y actitudes que pueden atar a una persona con nudos de temor. Saturno se correlaciona también, psicológicamente, con lo que Jung llama la Sombra, o sea, las partes de nosotros que bloqueamos, tememos, o acerca de las cuales nos sentimos culpables; y de allí que proyectemos esas cualidades a los demás. Se ha dicho que Saturno simboliza el talón de Aquiles en la armadura que usamos ante el mundo, el instinto de retirarnos de la vida. Pero, como lo señala Rudhyar, también significa la profundamente arraigada ambición de concretar las posibilidades al nacimiento. Esta ambición se siente como una presión interna de llegar a ser o lograr algo definido según nuestra pauta interior de posibilidades.

De todos los significados generales de Saturno, probablemente el más importante es que Saturno representa la experiencia y la instrucción concentradas que sólo llegan a través de la vida en el cuerpo físico, en el plano material. Mediante la resistencia de la materia y mediante la presión del ser encarnado en el cuerpo físico, tenemos la oportunidad de desarrollar un mayor nivel de entendimiento concentrado y mayor paciencia en nuestra actitud hacia la vida misma. 

Dícese a menudo que Saturno “gobierna” el plano material denso. Cuando encarnamos en el mundo físico, el campo energético se contrae y, de esta manera, se concentra. Esta es la razón de que una vida terrena sea semejante buena experiencia de aprendizaje, pues aquí aprendemos mediante profundidad de experiencia, trabajo concentrado y visión de los resultados inmediatos de nuestras acciones. El dolor, la tensión y la presión de la vida terrena tienen, por lo tanto, una finalidad de evolución y cambio. El plano material, como escribe el poeta T.S. Elliot, es el punto de intersección de lo intemporal con el tiempo. Saturno es el planeta del tiempo; y, mediante la experiencia saturnina de vivir en el mundo material, donde todo se mueve tan lentamente y dnde tenemos que trabajar tan arduamente para hacer que ocurra algo o crecer de algún modo, podemos realizar el máximo avance espiritual. A menudo parece que marchamos demasiado lentamente, y nuestra paciencia es puesta a prueba en cada punto del camino, pero la perseverancia a través de la resistencia inerte de la materia nos muestra claramente lo que es duradero y lo que no lo es, dónde satisfacemos las pruebas y dónde fracasamos. 

La acción de Saturno nos muestra claramente el costo de nuestros deseos y apegos; revela absolutamente las limitaciones de nuesto ego; y nos muestra que una consciencia muy concentrada y una comprensión profunda son lo principal que sacamos de este mundo cuando lo abandonamos.  Nos muestra el valor del trabajo, pues todas las creencias y todos los ideales maravillosos que los seres humanos pensaron son de poco valor si no se aplican a la vida cotidiana mediante esfuerzo. Por tanto, la presión de Saturno debe considerarse como un útil impulso para que realicemos el trabajo que necesitamos realizar a fin de desarrollarnos en un nivel profundo, en vez de como algo a lo cual hay que temer y de lo que hay que tratar de huir.

El calor y la presión de Saturno son necesarios a fin de que podamos desarrollar lo que los budistas llaman el “alma de diamante” o el “cuerpo de diamante”, que es un modo de decir nuestra naturaleza fundamental, recóndita. Sin embargo, Saturno solo, sin amor y ligereza, es rigidez y muerte. 

Cuando fijaciones y bloqueos mentales y emocionales son el resultado de la expresión extrema del principio de Saturno, la negatividad en ascenso excluye la esencia del verdadero Amor y la energía de la vida, y el alma padece hambre y se marchita, pues entonces carece del agua misma de vida. Por ello, complementando a Saturno está Júpiter (y en algunos casos Neptuno). Pues no sólo necesitamos esfuerzo (Saturno) sino también gracia (Júpiter/Neptuno), no sólo experiencia inmediata y confianza en hechos probados (Saturno) sino también fe (Júpiter/Neptuno). El esfuerzo y la gracia funcionan simultáneamente; son dos caras de la misma moneda. Mediante esfuerzo abrimos un canal a través del cual corra la gracia. Sin realizar ese esfuerzo, la gracia no entra fácilmente en nuestra vida. Sin embargo, debe señalarse que un individuo raras veces realiza esfuerzo alguno en el campo del crecimiento espiritual a menos que la gracia le impulse a hacerlo. Por ello, hay poca gracia sin esfuerzo; pero tampoco hay esfuerzo sin gracia. De modo que vemos que tanto Júpiter y Saturno como Neptuno y Saturno simbolizan pares complementarios que deben relacionarse entre sí en todo trabajo con mapas natales.

No hay que enfatizar de más a Saturno pues de muchos modos la acción de los trans-saturninos es mucho más potente y profundamente transformadora que Saturno. Saturno nos muestra la naturaleza verdadera del plano material, la influencia de la necesidad en nuestras vidas, cómo son realmente las cosas desde el punto de vista práctico y objetivo. Pero los trans-saturninos nos muestran qué es posible en los planos del ser y en los niveles de la consciencia que trascienden totamente al mundo material. Saturno nos lleva a experimentar la limitación que es característica inherente del mundo material. Por ende, cada vez que Saturno es activado en el mapa natal, tenemos que ocuparnos del hecho de la limitación en alguna dimensión de nuestra vida. En otras palabras, aprendemos que, en este plano, no podremos tenerlo todo, ni podremos ser todo lo que podríamos haber imaginado. Los trans-saturninos, por otro lado, nos señalan planos del ser y dimensiones de la experiencia que se caracterizan porque son ilimitados. Son vastos; mantienen firme la promesa de crecimiento ilimitado.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Alinear la Personalidad con el Alma


Linda Brady es una astróloga kármica de prestigio internacional desde hace más de veinticinco años, fundadora del International Center for Creative Choices, centro educativo holístico ubicado en Baltimore (Maryland). En su libro “La misión de tu alma”, de Ediciones Urano, brinda su testimonio acerca de su camino de desarrollo personal.


Cada uno de nosotros tiene un personalidad con una determinada ruta de viaje y un destino que alcanzar dentro del plazo de vida que nos toque vivir. Ese viaje estará lleno de relaciones, trabajo, retos y obstáculos, pruebas y triunfos. Cada uno de nosotros tiene también un alma con su propio destino y una ruta que seguir, un camino que comenzó en el pasado remoto y continurá para siempre. Sin embargo, el alma tiene un plan, un propósito para nuestra personalidad en esta vida. Su intención es ayudar a la personalidad en su viaje vital, para que alcance el destino que le tiene reservado.

Muy a menudo estas rutas son divergentes. Las experiencias de nuestra vida –con la familia, las relaciones y a veces nuestro trabajo - suelen influir en la dirección de la personalidad, y en ocasiones hacen que esta se pierda o simplemente se desvíe por completo del camino que nuestra alma le tiene reservado. Lo cierto es que cada uno de nosotros está acuciado por conflictos internos que son el producto de una colisión entre el alma y la personalidad, un fenómeno que puede manifestarse como pena, depresión, ira, una atormentadora insatisfacción o un profundo vacío. El desafío, como adultos espirituales en ciernes, es encontrar la ruta del alma en la que nuestra personalidad puede prosperar. Yo llamo a este proceso “integración del alma y la personalidad”, y he dedicado mi vida entera a comprenderlo.

El camino de mi personalidad, por ejemplo, es ser una solitaria, una reclusa, una ermitaña que sólo se atreve a salir para enseñar astrología. Mi personalidad estaría muy contenta si fuera una astróloga ambulante: una sesión rápida aquí y otra allá, sin relaciones duraderas, eso estaría bien para mí. Pero el camino de mi alma es totalmente diferente. Su misión es establecer relaciones a largo plazo y comprometerse con ellas, e inspirar a mis alumnos para que sepan hacer frente a su vida espiritual y emocional. Para mi alma no hay nada parecido a estar recluída o sola.

Mi evolución hacia la madurez espiritual comenzó cuando empecé a aprender astrología. Me había formado en psicología experimental y modificación del comportamiento. Tengo una licenciatura en psicología y un master en administración de centros educativos. Creía en lo que podía medirse, analizarse y registrarse. También creía en Cristo, la Iglesia episcopal y en sus misterios de una manera infantil e ingenua. No hacía preguntas; tenía fe. Pero la vida tiene sus modos de entrometerse en la fe, y mi fe no soportó la prueba.

Comencé a estudiar astrología con la seria intención de refutarla; en cambio, descubrí que me daba respuestas. Y lo que es más importante, me daba preguntas. La idea de que los astros manejaban la energía para crear la carta perfecta para mí siempre me había hecho sentir incómoda, pues eso significaba que yo no controlaba mi vida y que podía echarle a los astros la culpa de mis problemas, incluída la lucha con mi peso. Sin embargo, a medida que aumentaba mi comprensión de la astrología, la respuesta se me hizo totalmente clara: mi alma era quien había creado mi carta natal. Ella conocía los significados simbólicos de todos los signos del zodíaco y los planetas, y de las relaciones entre ellos. Había creado un mandala astral que me proporcionaría las herramientas necesarias para experimentar mi vida.

Mi alma conocía mi pasado; había estado ahí. Sabía lo que esta vida tenía que ser como continuación de lo que habían dejado otras vidas. En otras palabras, mi alma comprendía mi karma. Aunque esta palabra ha sido calumniada, ridiculizada y malinterpretada, tiene para mí un significado bastante sencillo. Significa que, si realizo una acción, provoco una reacción. Todos hemos oído ya esto mismo formulado en axiomas como: “Se cosecha lo que se siembra”. Es una ley de la energía, universal y física.

El karma sólo es completo cuando hemos equilibrado nuestras acciones previas a través de la conciencia, el compromiso y nuevas acciones. Nuestra alma conoce estas situaciones y relaciones y creará las oportunidades que necesitamos para resolverlas. Nuestra carta astral, creada por nuestra alma, nos proporciona información acerca de estas experiencias kármicas como recordatorio espiritual, un mapa de carreteras que nos guiará hacia la comprensión.

A pesar de todas estas concepciones filosóficas, recuerdo los conflictos que tuve cuando comencé a considerar la posibilidad real de que las experiencias de mi vida fueran perfectas y tuvieran como último objetivo mi propio bien. Mi personalidad y mi ego despotricaron días enteros en una letanía de: “¿Y qué pasa con esto?”, “¿Y qué pasa con aquello?”. Pensaba en docenas de dificultades y tragedias, en el sufrimiento y la injusticia predominantes en este mundo. ¿Por qué un Dios amoroso y un alma compasiva nos hacen pasar por tales traumas? La respuesta se hace más evidente cuando vemos nuestra vida como parte de un todo más grande.

A veces, a fin de crear un equilibrio kármico y rectificar una injusticia en una vida pasada, “creamos” una experiencia dolorosa. Sin la comprensión kármica, las tragedias de la vida –el dolor, la enfermedad, los accidentes, la violencia, las pérdidas y la traición – parecen arbitrarias; pero con esa comprensión, la vida es justa. Siempre. No podemos “maquillar” una experiencia angustiosa para que parezca mejor, pero si somos concientes de que nos traerá una comprensión más profunda, un mejor sentido del para qué, no parecerá tan arbitraria.

Mi alma estaba en el proceso de enseñarme algo que mi ego no quería comprender. Había pasado cuarenta años creyendo que yo era básicamente imperfecta –una creencia fomentada por mi familia y por la sociedad en general – y que la única manera de cambiar era aspirar a la perfección. Nunca se me ocurrió pensar que la perfección podía existir en cualquier momento. Había pasado dieciocho años en escuelas que me habían medido según un estricto criterio. Conocía el éxtasis de un diez y la agonía de un cero en química en el instituto de enseñanza media. Mis creencias de pronto entraron en un serio conflicto. ¿Cómo me motivaría para destacar con la convicción de que era imperfecta?

Como estaba harta de tener siempre el mismo conflicto, decidí revisar lo que esa aspiración a la perfección había provocado realmente en mi vida. Lo que aprendí me trastornó: aspirar a la perfección me había enseñado a postergar las cosas y me había llenado de sentimientos de inutilidad, fracaso y miedo. Me había puesto en una especie de rueda sin fin: siempre buscando sin encontrar nunca nada. Me había enseñado a valorar el producto final sin prestar atención al proceso. Tomé una decisión para que esa vieja creencia muriera. Los objetivos de la perfección no son tan perfectos! Transformé esta antigua convicción en el compromiso de ser lo mejor que pudiera ser, valorando el proceso de la vida y confiando a mi alma la tarea de crear mi vida perfectamente.

¿Cuál es la perfección que mi alma quiere que yo vea en sus muchas creaciones? ¿Cómo me serviría esa experiencia? Cuando tenía treinta y un años, decidí retomar los estudios y hacer un doctorado en psicología. Me aceptaron en una buena universidad y conseguí un importante puesto nocturno en un hospital local. Estaba dispuesta a progresar en mi carrera. Sin embargo, dos meses antes de comenzar mi doctorado, tuve un grave accidente automovilístico, un choque frontal que me dejó una lesión en la espalda y problemas de visión, y no pude comenzar los estudios en otoño.

En esa misma época, murió la persona que había sido un padre para mí, me separé de mi segundo marido y caí en una profunda depresión; no fueron tres meses “perfectos”. Lo cierto es que fue un período decisivo, el más crucial e importante de mi vida. Tras recuperarme de mis heridas psíquicas y físicas, mi alma me devolvió a una institución para disminuídos físicos en la que había trabajado varios años antes. Me convertí en especialista en diagnósticos y más tarde en subdirectora. Allí vi por primera vez el aura de una persona. Allí comencé mi proceso de comprensión de la reencarnación y también conocí al que sería mi tercer marido y compañero del alma. Y también me convertí en astróloga. Mi alma creó ese accidente automovilístico para cambiar la dirección de mi vida y me puso en camino hacia la misión de mi alma.

Piensa en tu propia vida… trata de recordar una experiencia particularmente dolorosa. Siente las emociones que ese recuerdo evoca. Ahora hazte las siguientes preguntas: ¿Para qué traje esta experiencia a mi vida? ¿Qué oportunidad de crecimiento y conciencia me brindó? ¿Qué me enseñó acerca de mí o de otras personas? ¿Cómo hizo que mi vida fuera mejor?

Hazte estas preguntas, observa cómo cambia tu perspectiva y piensa en algunas de las nuevas comprensiones que puedas haber desarrollado.