Capítulo 17 del libro “La Astrología y la psique
moderna”, de Dane Rudhyar (Ediciones Kier, Argentina)
Si yo tuviera que elegir una enseñanza
astrológica como la más fundamental, con seguridad esa sería el principio de
polaridad. Todo factor que se emplee en astrología tiene su polo opuesto. Todo
signo del zodíaco tiene como su polaridad el signo contrario. El solsticio de
invierno equilibra al de verano; el equinoccio de primavera al de otoño. Todo
planeta se equipara con otro planeta (Sol y Luna, Marte y Venus, Júpiter y
Saturno, o Júpiter y Mercurio). Cada sección del mapa natal (cada casa) encima
del horizonte es el complemento de la
que lo enfrenta debajo del horizonte. El ascendente oriental equilibra al descendente
occidental.
La astrología es primordialmente un método para
obtener plena comprensión de los organismos vivos; estos pueden ser cuerpos o
potencialidades, inclusive organizaciones sociales (como naciones o firmas
comerciales) que de algún modo operan como totalidades más o menos permanentes,
organizando las actividades productivas de los seres humanos. La vida, en toda
forma, opera según un ritmo bipolar, tal como la electricidad que, cuando está
activa, tiene siempre un polo positivo y otro negativo. Entender la polaridad
es, pues, esencial para el estudio de la astrología. La más notable de estas
oposiciones polares en la vida humana es la de la consciencia vigil y el sueño.
En algunas civilizaciones y religiones, esta alternancia de actividad consciente
y sueño inconsciente se extendió hasta abarcar la idea de una alternancia
similar de existencia encarnada en la
Tierra y absorción “desencarnada” de un estado trascendente
de estar más allá de los portales de la muerte.
A esta área mencionada en último término –la
doctrina de la reencarnación, como habitualmente se la llama- raras veces se la
entiende bien; puede entendérsela significativamente de manera sencilla sólo
cuando se la relaciona con lo que llamamos sueño. Por desgracia, ¡sólo tenemos
una noción vaga de lo que significa el sueño! No nos molestamos en preguntar por qué dormimos, aunque pasemos una
tercera parte de nuestra existencia durmiendo, salvo por el hecho de que
sabemos que deberemos irnos a dormir cuando estemos demasiado cansados. Pero,
¿por qué el sueño nos hace descansar, por qué perdemos nuestra consciencia
habitual (nuestro sentido diario de identidad, de ser “yo”), y por qué
experimentamos estos fenómenos peculiares que se llaman sueños? Damos estas
cosas por hecho, tal como a la muerte y la enfermedad las consideramos
aconteceres inevitables que debemos aceptar, aunque no los entendamos.
Se supone que las religiones y las filosofías
nos esclarecen sobre esas cuestiones que son básicas. Pero lo que aquellas
explican derraman con frecuencia poquísima luz y están recubiertas de
superstición y fantasía. En cuanto a la ciencia y la psicología moderna, ambas
tienen muchas teorías sobre el sueño y lo que se sueña; pero lo que dicen
explica muy poco y reemplaza una incógnita con otra. ¿No hay modo de conseguir
una explicación sencilla que, al menos como esbozo, presente un cuadro de la
relación entre el estado de vigilia, la actividad consciente y la condición del
sueño inconsciente? Evidentemente, tal
cuadro tendría que incluir el fenómeno de los sueños, pues de algún modo los
sueños ocurren en la frontera entre la consciencia vigil y el sueño,
participando de ambos estados de alguna manera peculiar. Creo que las
herramientas y los símbolos que la astrología proporciona pueden servir para
aclarar (de modo genérico) este problema; y sugeriré una clave sencilla que, si
la usamos bien, podría aportar mucha luz sobre asuntos habitualmente envueltos
en el misterio.
Ahora sabemos que algunos filósofos griegos
entendían que la Tierra
gira alrededor del Sol, pero fue sólo después de Galileo, Kepler y Newton que se delineó con
claridad el moderno cuadro del sistema solar. Sólo después del descubrimiento
de Urano y Neptuno, y luego Plutón, los astrólogos pudieron usar este nuevo
cuadro “heliocéntrico” (o sea, centrado en el Sol) del sistema solar en su
significado verdadero. No me refiero aquí a la posición heliocéntrica de los
planetas en el zodíaco. Estas posiciones pueden estudiarse con resultados muy
válidos; pero esto exige una efemérides especial, como las tablas que por lo
común emplean hoy en día los astrólogos dan las posiciones geocéntricas de los
planetas –o sea, sus movimientos como se los ve desde nuestra Tierra-. Pero
aunque empleemos las posiciones geocéntricas de los planetas para levantar
mapas natales, podemos tener presente el moderno cuadro heliocéntrico del
sistema solar y pensar en los planetas como si representasen funciones
dinámicas dentro del sistema solar en conjunto.
El sistema solar, con el Sol en su centro, es
una unidad cósmica y, al menos en sentido simbólico, un “organismo vivo”. Es
por esta razón que, mediante el estudio de los relacionados movimientos
cíclicos de los planetas, el astrólogo puede entender mejor, y hasta cierto
punto prever, los periódicos flujos y reflujos de la vida y la consciencia
dentro de un ser humano, o el curso que tomen las emociones, impulsos y
tendencias del pensamiento durante el
lapso de vida de un individuo. Así, a todo el sistema solar se lo
observa como representando a la personalidad individual en conjunto.
Para el astrólogo con información psicológica
resultó claro que las complejidades de una personalidad humana moderna exigen
que a todos los planetas que ahora conocemos se los describa y represente.
Cuando preparaban sus horóscopos, los antiguos se detenían en Saturno; pero en
realidad, la órbita de Saturno es sólo una línea divisoria entre dos tipos de
planetas. Los planetas entre el Sol central y Saturno (incluído) se refieren a
un aspecto de la personalidad humana en conjunto; los planetas más allá de
Saturno (Urano, Neptuno y Plutón -¡y puede haber más!-) representan otro
aspecto, uno que equilibra y complementa al primero. Existe una definida
relación de polos entre estos dos grupos (o series) de planetas. Esta relación
es la que debemos tratar de entender. Los astrólogos hablan, en su mayoría, de
Urano, Neptuno y Plutón como si fueran planetas en el mismo sentido que los
demás. Otros concibieron la idea de que los tres planetas “trans-saturninos”
son “octavas superiores” de Mercurio, Venus y Marte –aunque sus opiniones
difieran en cuanto a cuáles de la última serie corresponden a los primeros-. En
mi opinión, la idea de una octava superior, aunque válida en parte, no llega a
la raíz de las diferencias entre los dos grupos de planetas.
¿Cuál es la diferencia real? ¿Qué hace que una
serie sea el polo opuesto de la otra? Todo sistema orgánico (o toda unidad
cósmica) está sujeto a dos fuerzas contrarias.
Está la tracción que lleva cada parte del sistema hacia el centro (por ejemplo,
la tracción de la gravedad); pero también está la tracción ejercida por el
espacio exterior, lo cual significa realmente por el sistema mayor dentro del
cual opera el primer sistema. En el caso del sistema solar, este sistema mayor
se llama galaxia. Nuestro Sol es sólo una de las millones de estrellas que
componen esta inmensa espiral nebulosa, la galaxia (o Vía Láctea); ésta, a su
vez, es parte de un Universo finito compuesto por millones de nebulosas de
varios tipos. Cada planeta de nuestro sistema solar y cada ser vivo de la Tierra es afectado, en
algún grado, por las presiones y tracciones que nos llegan desde la galaxia;
también somos afectados en dirección contraria por el poder de gravedad del
Sol, el centro de nuestro sistema.
Sin embargo, Saturno representa una línea
básica de demarcación entre estas dos fuerzas opuestas, galáctica y solar. Los
planetas que están dentro de la órbita de Saturno son principalmente criaturas
y vasallos del Sol; mientras que los planetas que están más allá de Saturno son
lo que, hace muchos años llamé “embajadores de la galaxia”. Enfocan sobre el
sistema solar la energía de esta vasta comunidad de estrellas, la galaxia. No
pertenecen por completo al sistema solar. Están dentro de la esfera de
influencia para realizar un trabajo particular, para vincular nuestro pequeño
sistema (del cual el Sol es el centro y la órbita de Saturno la circunferencia)
con un sistema mayor, la galaxia.
Al comienzo, esto puede sonar muy fantasioso;
pero si aplicamos la idea a los hechos de la existencia humana, al punto
veremos qué significa realmente. Una persona individual –todos estarán de
acuerdo- no vive una existencia aislada. Es parte de un grupo familiar, de una
comunidad. Es pues, una pequeña unidad activa dentro de una totalidad mayor. Es
un individuo que tiene que representar algún papel dentro de una colectividad.
Aquí está, pues, la polaridad de que hablé cuando mencioné al sistema solar y a
toda la galaxia, la estrella individual y la vasta comunidad galáctiva de
estrellas. En verdad, el individuo actúa sobre la vida colectiva de la
comunidad dentro de la cual nació y vive; pero el pensamiento colectivo y la conducta de la comunidad –sus
tradiciones, religión, cultura, ética- moldearon a este individuo y ejercen
sobre él presión, influencia (constructiva o destructiva). Si se rebela contra
esta influencia, aún permanece condicionado por aquello contra lo cual se
rebela.
Hay un género de polaridad más profundo
todavía, en la que el individuo consciente y autodeterminado, con una finalidad
propia, contrasta con el vasto océano de la vida universal, la vida que anima
su cuerpo y todos los cuerpos humanos, que da energía, pero controla aún
mientras puede, a los impulsos básicos, emociones y pensamientos instintivos
del individuo. Es a esta polaridad muy básica a la que primordialmente
deberemos referir la alternancia de consciencia vigil y sueño, y en última
instancia, de la existencia corporal individual y la muerte.
El principio de tal alternancia es muy
sencillo. La vida de una personalidad humana es el resultado de una relación
entre dos fuerzas polares: una procura hacer de esta persona un individuo
consciente, autosuficiente, autodeterminado, deliberadamente activo; la otra
trata de retrotaerle dentro del océano indiferenciado, inconsciente e
individualizado de la vida. Cuando la fuerza individualizadora es positiva y
dominante, un ser humano está despierto y ocupado con esfuerzos conscientes y
actividades planificadas de algún género. Pero cuando el poder de la vida universal
obtiene el control y la fuerza individualizadora se torna negativa (lo que
llamamos fatiga y su equivalente psíquico), entonces la persona se queda
dormida.
En un sentido psicológico, este es también el
caso de polos opuestos menos básicos entre individuo y sociedad. Cuando el
individuo es fuerte y positivamente autodeterminado, está plenamente despierto
en lo mental y espiritual, crea nuevos valores y se rebela contra los
obsoletos; en la sociedad se destaca como una autoridad. Pero siempre que la sociedad
obliga despiadadamente a sus eventuales individuos a que se adecuen a sus
normas y reglas colectivas, entonces los seres humanos de esa sociedad existen
en un estado mental y espiritual algo somnoliento, como ocurre en todas las
sociedades totalitarias.
Cuando nos ocupamos de los polos opuestos entre
individuo y sociedad, aún nos encontramos dentro del reino de la actividad
consciente, vigil. El contraste, astrológicamente hablando, es entre planetas
personales como Marte, Saturno y Mercurio, y la pareja social de planetas,
Júpiter y Saturno. Pero cuando llegamos a la oposición polar entre la
consciencia vigil y el sueño, entre el consciente y el inconsciente (para usar
términos psicológicos modernos), entonces nos ocupamos astrológicamente del contraste
entre todos los planetas dentro e incluída la órbita de Saturno y los planetas
transpersonales (Urano, Neptuno y Plutón).
Cuando hablamos del inconsciente, consideramos
al sueño y todas las manfestaciones de la vida que trascienden la consciencia
como sencillamente la negación o la ausencia de la consciencia. De modo
parecido, durante un largo período, científicos y filósofos pensaban en un
espacio más allá de los límites de nuestro sistema solar como completamente
vacío, en un sentido negativo. Pero ahora empezamos a darnos cuenta (como bien
lo sabían los antiguos) que el espacio que está fuera del sistema solar no es
mero vacío. Más bien es el campo de existencia activa del vasto organismo
cósmico de la galaxia. ”Vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser” en el
cuerpo inmenso de la galaxia. No podemos pensar en sentido negativo en este
espacio galáctico; es una plenitud de fuerzas, un plenum, un campo de energías
electromagnéticas y tal vez de muchos otros géneros de energías trascendentes
que desconocemos.
De modo parecido, lo que los psicólogos
modernos (muy infortunadamente) llaman el inconsciente no es un reino del
vacío. Cuando dormimos, no entramos en la nada. Cambiamos de polaridad. El polo
individual, consciente de nuestro ser total se vuelve negativo para el polo de
la vida que ahora se vuelve fuertemente positivo y activo. La vida se hace
cargo de los controles. Sin embargo, llega una hora de despertar; las “aguas”
de la vida omnipotente se retiran en parte de la mente del durmiente, de su sistema
nervioso y de los bordes de sus actividades celulares. Saturados durante un
lapso con este indiferenciado fluir biológico, su cerebro y sus nervios, todas
las células y todos los órganos de su cuerpo, responden ahora a una nueva
oleada de autodirigida actividad consciente, pensamiento y sentimiento. Los
problemas individuales se enfrentan nuevamente bajo la luz solar de la
consciencia. Pero ¿qué ocurre con los sueños?
En ocasiones, cuando la marea se retira de la
playa, quedan pequeños charcos de agua, especialmente en las salientes rocosas
que la contienen. Tal vez ayude al lector pensar un instante en los
camaroncitos, peces o hasta pulpitos atrapados en estos charcos de las mareas
como si representasen algunos sueños nuestros. A veces, una enorme ballena
puede quedar en la arena, agonizante o muerta. Las mareas que se retiran dejan
sobre la playa todo género de desechos y a menudo apenas podemos reconocer de
qué se trataban. Las profundidades y corrientes del inconsciente los llevan a
las playas del consciente.
Hay muchas clases de sueños, y esta ilustración
se aplica inmejorablemente sólo a unos pocos de ellos; no deberá, pues,
tomársela literalmente, o como si cubrieran todos los casos de sueños. En
realidad, mejor sería pensar en los sueños, en general, como las reacciones del
inconsciente a lo que ocurrió durante (o lo que resultó de) la actividad
consciente de la persona individual durante la vigilia. Tal como la sociedad reacciona ante los actos
productivos o distintivos de un individuo otorgándole riqueza o fama –o
mandándolo a la cárcel- así el polo inconsciente de nuestro ser total reacciona
ante nuestros sentimientos, pensamientos y conducta conscientes tan pronto como
las polaridades se invierten. La vida tiene la palabra cuando, durante el
sueño, asume el control. Pone a trabajar la parte consciente de nuestro ser
total, hasta cuando procura reparar de algún modo los perjuicios que nuestro
ego consciente, terco e individualista, ha causado.
Si el ego es particularmente decidido y positivo
en su desafío a las modalidades tradicionales y morales de la colectividad, la
cultura y la religión o más profundo aún, en su oposición o bloqueo a los
instintos y emociones naturales de la naturaleza humana (como en la ascética,
por ejemplo) entonces, de noche, cuando el individuo duerme, el polo colectivo
de su ser alza vigorosas protestas, advertencias de peligro, y procura grabar
en la polaridad del ego cuadros de consecuencias desastrosas o una sensación de
fracaso inevitable y futilidad. Cuando ocurre esto, quedan en ciertas áreas
sensibilizadas del cerebro algunas impresiones de las protestas del polo
positivo, inclusive en algunos de los grandes plexos nerviosos del cuerpo. Cuando las polaridades una vez más se
invierten y el polo individual (el ego) vuelve al control consciente (o sea,
despertamos), la consciencia atrapa estas impresiones como sueños.
La razón de que los sueños sean tan
desconcertantes es múltiple. Primero, el polo colectivo de nuestro ser (la
sociedad y la vida o la naturaleza humana) no puede comunicar sus trastornos o
protestas en lenguaje intelectual; del depósito del pasado, sólo puede capturar
a tientas imágenes que el cerebro o la memoria contiene, de las cuales unas
pocas están vinculadas por analogía, o de algún modo puestas a tono con lo que
el inconsciente trata de transmitir al consciente. Estas imágenes son, por
tanto, primordialmente significativas en términos de analogías y símbolos; y se
presentan en una secuencia que poco tiene que ver con los principios de la lógica
consciente. El sueño representa una secuencia espacial de imágenes grabadas en
el cerebro u otros centros nerviosos. La sensación de secuencia en el tiempo
sólo surge cuando el ego que despierta, aún apenas recuperado de su estado
negativo o pasivo de sueño, trata de examinar rápidamente estas impresiones
creadas sobre las porciones del organismo humano con las que este ego está
asociado más estrechamente (o sea, los centros nerviosos). Esto es como si un
directivo atareado que irrumpe por la mañana en su oficina viera un montón de
papeles esparcidos sobre su escritorio; le están llegando ya llamados
telefónicos, y todo lo que puede hacer es examinar de prisa los papeles
dispersos, en la mayoría de los casos no en el orden en el que sus diversas
secretarias los pusieron antes que él llegara. Ocasionalmente, se destaca
alguna información importante. Estando en su casa, al directivo lo despierta
alguien que le da un mensaje crucial: el presidente está enfermísimo, el
mercado de valores es probable que sufra un colapso a primeras horas de la
mañana; hay incendio en el depósito, etc. Empero, aunque al directivo (al ego)
el mensaje le llegue de repente, puede ser muy confuso; tal vez le llegue a
través de un sirviente o de su esposa, que quizá no lo recibió con exactitud
por teléfono, etc.
Por supuesto, todas esas ilustraciones son muy
inadecuadas; sólo pueden sugerir el carácter de un proceso que no puede
traducirse exactamente sólo en términos de experiencias conscientes.
La astrología puede añadir otra dimensión a
nuestro análisis de los procesos oníricos haciéndonos diferenciar los sueños en
tres categorías básicas: la uraniana, la neptuniana y la plutoniana.
El tipo uraniano de sueño es un desafío directo
a la mezquindad, a la inercia autosatisfecha, al egoísmo o a la crueldad del
ego saturnino. El ego es esencialmente de carácter saturnino porque Saturno
representa la estructura y los lindes del polo individual de nuestro ser.
Cuando nos superindividualizamos de modo separado, exclusivo, estrecho y rígido,
entonces este énfasis excesivo sobre la función de Saturno provoca, de la
sociedad, de la vida o del Dios que está dentro de nuestro ser total, una
reacción de polo complementario. Es como si la galaxia emitiera una corriente
de rayos potentes dentro de un sistema solar cuyo campo electromagnético se
hubiera superaislado y, de esa manera, pudiera convertirse en un “sistema canceroso”
en la comunidad galáctica. La energía galáctica llega al sistema solar a través
de Urano. El tipo uraniano de sueño es profético e iluminador, en su sentido
más elevado. Puede ser incluso una aparición, un destello de inspiración o
iluminación que llega durante la fase vigil de la actividad consciente del ego,
como por ejemplo la imagen de Cristo y las palabras que se grabaran con
violencia en Paulo en su trayecto hacia Damasco en respuesta a la decisión
ciegamente tradicional y fanática del ego de éste, de destruir a los que creían
en la nueva revelación divina.
Por lo común, los sueños uranianos son muy
perturbadores. Llegan como un desafío y éste no es uno que el ego acepte con
facilidad. Parte del sueño pueden ser palabras solemnes; a menudo, la luz, o un
color definido, se destaca como un elemento vigoroso de la imagen onírica. Los
que Carl G. Jung llamaba “arquetipos del inconsciente”aparecen habitualmente en
tales sueños; se refieren a una de las experiencias más hondas y universales de
la humanidad. Se relacionan con un aspecto o función básica de la vida
universal, como ésta actúa en la naturaleza humana. Tienen, pues, con
frecuencia, un carácter religioso; y el sueño puede tener el poder para
transformar muy básicamente (conversión) al que sueña o perturbar cabalmente su
autosuficiencia, su egocentrismo o sus ideas favoritas.
Sin embargo, los más frecuentes son quizá los
sueños neptunianos. Son reacciones a todo lo que perturbe el equilibrio
promedio, normal, de la relación del individuo con su sociedad, su salud, su
digestión, o los instintos básicos del cuerpo. En este sentido, Neptuno
responde mediante sueños a toda perturbación o peligro para las complicadas
funciones que cumple Júpiter, tanto en el cuerpo como en la psique. Todo
desafío a un principio social o moral de conducta, toda intrusión en una
“dieta” segura (del cuerpo o de la mente) tiende a suscitar sueños neptunianos,
y éstos son habitualmente muy fantasiosos. Si de noche el cuerpo se enfría
debido a un repentino descenso de temperatura, uno puede despertarse recordando
un sueño largo y dramático de caminar en medio de una tormenta de nieve, caer
en agua helada, etc. Si un potente impulso induce a uno a quebrantar normas
normas morales o sociales de conducta, es probable que, tarde o temprano, uno
sueñe escenas dramáticas en las que quienes participen de esa situación
aparezcan en entornos extraños pero simbólicos, quizá bajo disfraces que hagan
que la verdad profunda de esa situación sea menos indegustable en su primer
impacto para el individuo.
El sistema freudiano del análisis de los sueños
acostumbró a la mente moderna a pensar en lo que Freud llamó el “censor”.
Dícese que este censor representa, por así decirlo, un género de guardián
particular de la seguridad personal del ego, que lo protege contra todos los
desórdenes o intentos desagradables que en sus dominios están en revolución. De
esta manera, el polo colectivo de nuestro ser deja perturbadoras impresiones
que son censuradas, modificadas, mutiladas u obliteradas por completo antes de
que el individuo consciente se dé cuenta de ellas. Es muy dudoso que tal censor
exista realmente. A lo que se refiere es sencillamente a una etapa particular
de la relación entre las dos polaridades de nuestro ser –individual y
colectiva, consciente e inconsciente, actividad diurna y sueño- una etapa en la
que lo individual está particularmente en rebelión contra lo colectivo y el ego
inseguro se siente constantemente en la necesidad de protegerse de la sociedad.
Los sueños plutonianos son más raros que los
neptunianos. Pueden ser muy destructivos de la integración de la personalidad
total, extrañas pesadillas que dejan una horrible sensación de miedo, presagios
y muerte. En individuos más espirituales, pueden ser las proyecciones y los
símbolos de experiencias profundas de autorenovación y de expansión de la
esencia misma del yo. Los sueños uranianos son heraldos de lo que podría ser;
muestran el camino hacia delante, inspiran para continuar, excitan al alma
ligada al ego hacia nuevas posibilidades. Los sueños plutonianos pueden ser el
reflejo sobre la consciencia vigil de pasos reales dados en el desarrollo
interior y en el crecimiento del alma o, negativamente, revelan el dolor o la
desesperación del alma que (al menos temporariamente) fracasó, y tal vez
muestren el abismo que hay delante y las tenebrosas presencias que llenan esas
abismales profundidades. Si, como es probable, existe por lo menos un planeta
más allende Plutón, tal planeta debería referirse a experiencias interiores más
reales aún y más definidas en las almas que, al menos hasta cierto punto, se
convirtieron en partes integrales de la vasta comunidad de almas de apariencia
divina, de las que la galaxia es el símbolo astrológico.
Jung dijo que hay niveles sobre niveles del
inconsciente colectivo. Esto es así, en la medida de que existe una vasta
jerarquia de niveles sobre los que los individuos pueden actuar consciente y
creadoramente. La galaxia también, lo repito, es tan sólo una entre las
miríadas de nebulosas espirales que constituyen un universo; y los universos
pueden ser partes de un cosmos mucho más vasto. No existe un fin concebible de
la posibilidad de llegar a ser un individuo consciente en niveles cada vez más
abarcantes, más cósmicos. Empero, todo individuo – a menos que sea la Deidad que lo abarca todo –
es tan sólo un centro activo dentro de una totalidad mayor, dentro de una
colectividad. Debe haber siempre una relación que actúe en fases alternadas
entre este individuo y esta colectividad. Como seres humanos, conocemos tales
fases alternadas como consciencia vigil y sueño, existencia encarnada y muerte.
Pero estos términos tienen significado solamente en términos de nuestra
experiencia humana.
Los filósofos hindúes hablaban de los Días y
las Noches de Brahma, el creador de los universos en los que la consciencia se
desarrolla, y de las condiciones de inexistencia absoluta en la que nada existe.
Empero, para el sabio, más allá de aquellos días y noches cósmicos, más allá de
la consciencia y la inconsciencia, existe lo que contiene a ambos. A eso los
hindúes lo llamaban simbólicamente el “Gran Aliento”, que exhala al mundo
dentro de la existencia y lo inhala dentro de la paz inmensa. Así,
experimentamos nuestro ego consciente que es exhalado dentro del mundo de la actividad
diaria cuando despertamos y que es inhalado dentro del sueño cuando estamos
acostados descansando. En un sentido, somos ambas condiciones, consciente e
inconsciente; somos también lo que incluye a ambas. Los planetas desde el Sol
hasta Saturno nos conducen hacia la actividad consciente; pero los planetas que
están más allá de Saturno –cuando concluyó el día- nos conducen a nuestro yo
mayor, las estrellas que nosotros somos. Cuando el ritmo alternativo nos lleva
de regreso a la consciencia diurna, entonces Urano, Neptuno y Plutón procuran
siempre hacernos recordar que no sólo somos un yo individual, ligado a Saturno
y centrado en el Sol, sino que también pertenecemos a la comunidad mayor de las
estrellas.